La batalla de Alarcos recogida
por los textos árabes, reproducidos en las siguientes líneas, tuvo lugar en el
verano de 1195 (19 de julio) en las proximidades del cerro de Alarcos, cerca
del río Guadiana a 8 km. de Ciudad Real. Una de las batallas más decisivas de
la Reconquista.
Las conquistas realizadas por
Alfonso VII al norte de Sierra Morena habían convertido en la primera mitad del
siglo XII a la actual provincia de Ciudad Real en la frontera entre la Andalucía
musulmana y el reino de Castilla. La incursión del Arzobispo de Toledo, Martín
López de Pisuerga, hasta Sevilla, territorio almohade entonces, y la razzia
realizada por el rey de Castilla Alfonso VIII provocaron la contraofensiva del
califa almohade Abū Yusūf Ya ̉qub al-Mansūr que se había retirado a Marruecos en 1191 triunfante por las
victorias en Portugal; cruzó el estrecho, de nuevo, en 1195 (1 de junio) y
concentró su ejército en Sevilla para luchar contra Alfonso VIII que procedente
de Toledo había situado su posición de avanzada en Alarcos. El rey castellano Alfonso
VIII sobrevaloró sus propias tropas, por ello el ejército castellano, que no
esperó la llegada de las tropas leonesas que se habían situado en Talavera de
la Reina, con Alfonso VIII a la cabeza, sufrió una gran derrota con unos 30.000
muertos, toda una catástrofe para los ejércitos castellanos. La victoria
musulmana de Alarcos se ha comparado con Zalaca por sus planteamientos
tácticos: cargas de caballería
cristianas (en Alarcos al mando de Don Diego López de Haro) contra masas de
infantería musulmanas capaces de contener el ataque, y de rodear y vencer con armas ligeras a los enemigos en una segunda
fase del encuentro.
Las consecuencias inmediatas de
esta batalla fueron importantes, por un lado las tropas almohades se adueñaron
de las tierras de la Orden de Calatrava en la provincias de Ciudad Real,
pasando a manos almohades Malagón, Benavente, Calatrava y Caracuel y el camino
hasta Toledo quedó despejado a cuyas proximidades llegaron los almohades; y por
otro lado, supuso la desestabilización del Reino de Castilla durante años. Los
historiadores coinciden en que la derrota cristiana retrasó la Reconquista
hasta la derrota musulmana en la batalla de las Navas de Tolosa en 1212.
A continuación se incluyen las tres crónicas más
importantes sobre la batalla de Alarcos de 1195 que han servido a arabistas e
historiadores, casi nunca utilizados de forma conjunta, para completar los
escritos cristianos sobre dicho acontecimiento: el Kitāb al-Mu’yib‘ de
Abd al-Wāhid al-Marrākušī, que se considera escrito en Egipto hacia 1220, el al-Bayān al-Mugrib de Ibn 'Iḏārī, también llamado al-Marrākušī, de finales del siglo XIII y principios del XIV, y el Rawd al-Qirtās
de Ibn Abi Zar‘, redactado en el
primer tercio del siglo XIV. Se han omitido las dos expediciones almohades
posteriores de 1196 y 1197, que siempre figuran en el relato inmediato a la
batalla de Alarcos en los tres autores antes mencionados por, entre otros,
omitir el territorio manchego en su relato.
‘Abd
al-Wāhid
Como los otros escritores
medievales árabes aquí recogidos, son pocas las noticias de Abū Muhammad ‘Abd al-Wāhid,
al-Marrākušī, autor de la historia del Magreb, Kitāb al-Mu’yib fi taljīs ajbār al-Magrib (Libro de lo admirable en el resumen de las noticias
del Magrib).
Sus datos biográficos fueron
extraídos de su obra por el arabista Dozy, pues no figura en los numerosos
diccionarios biográficos de los árabes en Europa. Nació en Marrakech el
9 de julio de 1185, diez años antes de la batalla de Alarcos y al principio del
reinado del tercer califa almohade Abū
Yaqub Yusuf al-Mansūr.
De su ciudad natal se marchó a Fez donde estudió El Corán y realizaría varios
viajes entre Marrakech y Fez. A principios del año 1207 viajó a al-Andalus y
según dice el mismo ‘Abd al-Wāhid
“conoció a un gran número de hombres versados
en ciencias”. En julio de 1208 se encuentra en Sevilla con el príncipe
almohade Ibrāhīm, hermano del cuarto califa almohade
Muhāmmad al-Nāsir, a
quien le une una gran amistad y al año siguiente en Córdoba donde estudió
literatura durante dos años.
El 29 de diciembre de 1213 se
halla en Marrakech en la proclamación del nuevo califa Abū Yaqub al-Mustansir Yusuf y en 1217 en
Sevilla despidiéndose del gobernador su protector Ibrāhīm ante su
inminente viaje a Túnez, Egipto, la ciudad de La Meca y nuevamente Egipto. Dozy
deduce por sus escritos que jamás volvería a occidente y, por tanto, el Kitāb
al-Mu’yib debió escribirlo en Egipto. Murió hacia el año 1224.
El Kitāb al-Mu’yib de
‘Abd al-Wāhid fue editado por el arabista Dozy en Leyden en dos ocasiones
(1847 y 1885) y reeditado en Fez por Muhammad al-Fāsī en 1938 y en El Cairo en
1950. E. Fagnan publicó en Argel en 1893 una traducción en francés con el
título ”Histoire des Almohades” que
utilizó Claudio Sánchez-Albornoz[1] y que
hemos cotejado con la versión de A. Huici Miranda para esta publicación.
Si Dozy considera el Kitāb
al-Mu’yib como una valiosa aportación histórica y se deja llevar por un
afectuoso entusiasmo al juzgarlo como muy superior a otros manuscritos de la
época como Al-mann bil-imāna de Ibn Sāhib al-Sala Al-mann bil-imāna, la mayor crítica al texto de ‘Abd al-Wāhid procede de Levi-Provençal que lo califica de vulgar cortesano
al silenciar todo lo que no son éxitos y victorias almohades, lo acusa de
literato antes que historiador y de cometer errores, por ejemplo en la crónica
sobre la batalla de Alarcos son erróneos la fecha al situarla el 13 de julio y
el lugar de la batalla en Faḥṣ al-Ŷadīd.
Si el manuscrito de ‘Abd al-Wāhid fue importante en el pasado, hoy
con las nuevas fuentes árabes está ocupando un segundo plano, pues proyecta
sobre el texto lo más propicio y las cualidades de los príncipes almohades
aunque sin caer en la adulación, y en su afán de ser breve y de simplificar
desaprovecha su gran caudal de conocimientos y de experiencias personales, con
las que podía haber enriquecido la obra.
Texto de la
batalla de Alarcos en el Kitāb
al-Mu’yib
En 590 {1194} fue roto el tratado que unía (a Abū Yusuf) con Alfonso y la caballería enemiga invadió el país y
se extendió por todas partes, por lo que Al-Ándalus tuvo que sufrir grandes
daños. El Príncipe de los Creyentes atravesó el mar a la cabeza de un ejército
considerable, en Ŷumādā del año 591 {13 mayo 1195} y se alojó en la ciudad de
Sevilla, donde se detuvo sólo el tiempo necesario para pasar revista a sus
tropas y para hacer las distribuciones de dinero, y en seguida marchó hacia el país
cristiano. Alfonso, tan pronto como tuvo noticia de la expedición, reunió
igualmente un ejército considerable, y los dos enemigos se encontraron en un
lugar llamado Faḥṣ al-Ŷadīd. Alfonso tenía a sus órdenes más soldados que había
reunido jamás, de suerte que el temor cundió entre los musulmanes y les
agitaron funestos presentimientos. El Príncipe de los Creyentes en medio del
desconcierto universal no tenía otros sostenes que la oración y el auxilio, de
igual naturaleza, que pedía a los hombres piadosos de cuya virtud estaba
seguro. El miércoles 3 de šaʼbān
{13 de julio} se libró la batalla (fue dada en verdad el 18 de julio) y gracias
a protección divina, que descendió sobre los almohades, sostuvo su energía y
les concedió el triunfo, la suerte de las armas se volcó contra Alfonso y los
suyos, y sólo pudo salvarse éste con una treintena de sus oficiales. Del
ejército musulmán encontraron la muerte de los mártires un cierto número (de
guerreros), tanto de los principales almohades como de los otros. Se cita entre
ellos al visir: Abū Yaḥyā (llamado también Abū Bakr ben Abd Allāh), nieto del
jeque Abū Ḥafṣ, antes citado entre los visires de Abū Yūsuf.
El Príncipe de los Creyentes
avanzó en persona hasta Qalat Ribah (Calatrava) cuyos habitantes habían huido.
En ella penetró y mandó transformar la iglesia en mezquita y los musulmanes
recitaron en ella la oración. Después de haber conquistado las diversas
fortalezas que rodean Toledo volvió a Sevilla, vencedor y conquistador. Esta
brillante victoria se iguala con la de Zalaca, de la cual hemos hablado en tiempos
de Yūsuf ben Tāšulīn, emir de los almorávides. Permaneció
el Príncipe de los Creyentes en Sevilla[2] el
resto del año 591 {1195, que para los musulmanes acaba el 5 de diciembre} y se
dirigió al país de los cristianos al año siguiente.
Ibn 'Iḏārī
Ibn 'Iḏārī, llamado al-Marrākušī, es un escritor árabe, que vivió entre los siglos XIII XIV,
conocido por ser el autor de la crónica sobre el Magreb y al-Andalus, Al-Bayān al-Mugrib fi ijtisār ajbar maluk al-Andalus wa al-Magrib
(ﻛﺘﺎﺏ ﺍﻟﺒﻴﺎﻥ ﺍﻟﻤﻐﺮﺏ ﻓﻲ ﺍﺧﺒﺎﺮ ﻣﻠﻮﻚ ﺍلاﻧﺩﻟﺲ ﻭﺍﻟﻤﻐﺮﺏ, Libro de la
increíble historia de los reyes de al-Andalus y Marruecos), escrita en
Marruecos en el siglo XIII. El descubrimiento de esta obra, que incluye la
batalla de Alarcos, se debe al arabista Dozy quien encontró un manuscrito en la
biblioteca de Leiden, al cual le faltan las hojas primeras y las últimas. De
los tres volúmenes que se han conservado, el primero está dedicado al norte de
África (Ifriquiyya), el segundo trata
específicamente sobre al-Andalus hasta el años 1086, y el tercero nos documenta
sobre los almorávides y los almohades hasta la irrupción de miriníes en la
escena política en el norte de África. Así pues, Ibn 'Iḏārī escribió la historia de los siglos XI al XIII que ha
sido una gran fuente de información para los investigadores, en su composición
utilizó varias fuentes para esta crónica, algunas no se han conservado.
Ibn 'Iḏārī expone su crónica
de acuerdo con las normas clásicas de los escritores árabes, gran atención a
las hazañas y la vida de de los Califas, y no separa la exageración de la
pasión religiosa. Además es desigual en la exposición de los hechos, unas veces
los pasa por alto, otras los envuelve haciéndolos pesados con sus pomposas
frases, y en otras ocasiones los enriquece con detalles que dan animación y
nueva vida a la aridez del relato.
Frente a otras crónicas musulmanas al-Bayān al-Mugrib gana en objetividad, moderación en las cifras y
exactitud cronológica. El inicio del combate de Alarcos se lo atribuye a los
cristianos, recalca el decisivo papel en la batalla de al-Mansūr, establece el
número decisivo de muertos cristianos en 30.000 y el de musulmanes en 500,
datos que también daba Yusuf b. ʻUmar, biógrafo de al-Mansūr, cuya obra se ha
perdido. Puntualiza la intervención de Pedro Fernández de Castro en la
rendición del castillo de Alarcos y describe con exactitud las dos expediciones
almohades de 1196 y 1197 que el Rawd
al-Qirtas condensa en una.
Por la exactitud de sus informaciones relega y
desacredita al fanático Rawd al-Qirtas,
rectifica los fallos que oscurecen el Kitāb al-Mu’yib, y con ello se coloca al-Bayān al-Mugrib en el documento más importante e imprescindible
para el estudio del imperio almohade tanto para el norte de África como de
al-Andalus.
Para A. Huici Miranda la crónica de al-Bayān al-Mugrib sobre los almohades, que se ha copiado sin
escrúpulos, «es, a pesar de las lagunas y
de su condición de resumen histórico, el texto más rico, más interesante y
fidedigno para estudiar desde el punto de vista árabe los siglos XII y XIII del
occidente musulman».
Texto de la batalla de Alarcos en el Al-Bayān al-Mugrib
Ello fue que, cuando terminó al-Mansūr
con lo que esperaba de sus trabajos y acabó su obra en todo lo que había
planeado y dispuesto, salió para esta expedición dichosa de Alarcos, en la
mañana del jueves, 11 de Raŷab del citado mes {22 junio 1195} y continuó su
marcha por el camino del Guadalquivir; llegó a Córdoba el viernes, 19 del
citado mes {30 junio} y descansó tres días para salir el martes 23 {4 julio}.
Un escuadrón de caballería de
los cristianos avanzó contra Calatrava y sus alrededores para obtener noticias;
salieron a su encuentro los que estaban en el castillo, siguieron los pasos de
los enemigos de Dios, los alcanzaron y fueron para ellos como la comida para el
hambriento o la bebida para el sediento y los dejaron en aquel llano, como
pasto para las águilas. Fue esta columna las primicias de la victoria y su
regalo. Continuó la marcha y cada día había buenas nuevas y alegrías sobre sus
noticias; su pánico se hacía visible y los relatos de su derrumbamiento y de su
desplome se leían y recitaban, hasta que se avistaron los dos beligerantes y se
entrevieron los fuegos de ambos y los ojos se enfrentaron con los ojos.
Cuando acampó al-Mansūr en
aquel campamento, desde el que dominaba a todos los infieles y a sus
campamentos, se decidió atacarlos a la mañana siguiente y a luchar cuerpo a
cuerpo, confiando en Dios vivo, que decretó su ruina y su muerte. Mandó
reunirse a los notables de la gente de todos los grupos y respondieron,
acudiendo presurosos por todos los caminos. Cuando acabaron de reunirse y se
sentaron en su asamblea, se levantó su presidente, el visir Abū Yaḥyā, hijo de
Abū Muḥammad, que era a su vez hijo de Abū Ḥafṣ, y les dijo con una voz oída
por todos los presentes: «Os
dice el Amīr al-Muʼminīn; perdonadle, porque éste es el lugar del perdón y
perdonáis unos a otros; apaciguad vuestras almas y purificar vuestras
intenciones para Dios». Lloró la gente y magnificaron lo que habían oído de su
Sultán y la bondad que tuvo para tratarlos. Entonces dijeron todos: «Del Califa de Dios pedimos el perdón y la
indulgencia y de la rectitud de su intención y de lo sincero de su conciencia
esperamos el bien del Misericordioso».
Se levantó el cadi Abū Ali b. Ḥaŷŷāy
y pronunció un discurso elocuente incitando a la guerra santa por sus méritos y
haciendo notar su categoría y su importancia. Continuó hablando sobre esto con
la elocuencia de que disponía. Se retiró la gente y se iluminaron sus
inteligencias y se purificaron para Dios sus conciencias y sus interiores y se
fortificaron sus almas y sus propósitos y se redobló su bravura y su
intrepidez.
Les
mandó el visir armarse y prepararse para el día siguiente y madrugar para el
encuentro con sus enemigos. Dejaron el campamento sus bagajes e impedimentas y
marcho todo el ejército con calma y se acercaron hasta estar a la más clara
vista del enemigo, quedando a una distancia de dos flechas o más cerca.
Ocuparon sus puestos y avanzaron sus hombres y se ordenaron en filas,
permaneciendo como un edificio bien cimentado. al-Mansūr con la gente de su casa y los que acostumbraban de las cabilas, se
mantenía en la zaga, detrás de todo el ejército, asegurando sus espaldas, y
veía y oía sus testimonios y su presencia.
Cuando
vieron los infieles lo que les caía de los soldados de Dios, no tuvieron más
remedio que resistir y defenderse. Se lanzaron desde su posición, como la noche
oscura o como el mar encrespado, en grupos a los que se sucedían otros grupos y
en olas seguidas de otras olas. No había más que relincho y griterío y el
hierro estaba sobre el tumulto del vocerío. Atacaron hasta llegar a las
banderas que se mantuvieron como montañas inmóviles. Se desviaron hacia la
derecha y cedió un grupo de voluntarios y una mezcolanza de gente baja y de
tímidos. Subió por los aires la polvareda y dijo al-Mansūr a sus privados y a los que le rodeaban: «Renovad vuestras intenciones y
presentad vuestro corazones». Luego marchó solo y dejó a su zaga –saqa- tal
como estaba y fue, separado de su séquito, avanzando con su valor y energía;
pasó por las filas y por las cabilas y les dirigió en persona palabras concisas
para que cayesen sobre su enemigo y se lanzasen contra él y se volvió a su
puesto a la zaga.
Cuando
los ojos de la gente se clavaron en él y vieron la grandeza a que había
llegado, se encendieron sus almas y se conmovieron sus propósitos y cargó cada
cabila sobre los que tenía próximos y atacó cada pelotón al que se le
enfrentaba y se le oponía de los enemigos. Se apretaron las cuerdas sobre los
infieles y se les cerraron las puertas y ninguno de ellos encontró a donde
desviarse, ni puerta para salvarse que se le abriese. Se entremezclaron los
combatientes y llegaron a las manos los dos bandos y se encendió la lucha y se enredaron
los pies y las cabezas, se oscurecieron las voces y se elevó la separación y la
retirada y fueron desalojados los infieles de sus posiciones. Borró Dios lo que
les hizo ver de su extravío, volvieron las espaldas y se los repartieron el
saqueo y el botín, desde media mañana del miércoles, 9 de Xaban {19 julio 1195}
hasta comenzar a declinar el sol y fue saqueado el campamento del maldito en el
acto y no quedo rastro de sus tiendas ni de sus avíos, a pesar de su extensión
y del número de sus cabalgaduras y de sus rebaños.
Alabanzas
y gracias a Dios. Mostró la guerra una cosecha de muertos, como los sembrados
segados y como las piedras amontonadas, tendidos boca abajo, no postrados para
la oración, y echados de costado sin dormir y como se reunirán el día de la
resurrección y cuando se revolverá lo que hay en las tumbas, por espacio de una
parasanga de largo por otra de ancho; no los abarcaba ni los encerraba número.
Dice Yūsuf
b. ʽUmar, el secretario, en su historia: fue el número de muertos de esta campaña
de unos treinta mil, caso de meditación para los observadores y un milagro para
los que preguntan. Dice: sufrieron el martirio unos quinientos musulmanes y se
escapó el maldito Alfonso bajo el filo de las lanzas y paso por Toledo sin
desviarse a ningún lado con unos veinte jinetes caminaron toda la noche y si
veían cualquier cosa la tomaban por un hombre. Se refugió la mayoría de los
fugitivos y todos los que se salvaron de la contienda en el castillo de
Alarcos. Los cercaron los musulmanes y estuvieron a punto de perecer pero pactó
por ellos Pedro, hijo de Farandis -Fernández- el maldito, el amigo de los
musulmanes, y los sacó del teatro de la guerra. Subió el número de los citados
sitiados en Alarcos a cinco mil personas entre pequeños y grandes, hombres y
mujeres. Accedió a esto al-Mansūr por compasión y por
el afán de libertar a los cautivos musulmanes. Se les tomaron rehenes, que se
enviaron a Sevilla y luego a Rabat-al-fath y se les dejó salir a todos ellos y
fue el mayor de los fraudes de los infieles y de los engaños de los politeístas.
La
gente solía citar proverbialmente la batalla de Zalaca; la magnificaban y no
hacían mención de otra. La mayoría de los musulmanes que sufrieron pérdidas en
ella fueron andaluces, porque la lucha giró en ella sobre ʽIbn ʽAbbād y la
gente del Ándalus, desde antes del alba hasta empezar a declinar el sol, porque
los Lamtuníes temieron mezclarse con la gente del Ándalus por ciertas palabras
que se dice se les lanzaron a favor de ʽIbn ʽAbbād y acamparon a unas dos
millas de los del Ándalus. Traicionó el maldito Alfonso y se puso en marcha de
noche, dirigiéndose al campamento de ʽIbn ʽAbbād y se cebó la muerte en los
musulmanes, hasta que se hizo de día. Yūsuf estaba en su campamento y no se
movió hasta que al-Mutʽamid le envió su secretario Abū Bakr b. al-Qaṣīra,
informándole de la perdición de los musulmanes y entonces se puso en marcha
hacia el campamento de Alfonso, le prendió fuego y mató a todos los que había
en él, quemando a la gente en sus instalaciones y en su zaga. Cayó sobre su
espalda, cuando él luchaba con la gente del Ándalus y revivió ʽIbn ʽAbbād, que
estaba cargado de heridas; se cerraron las alas sobre Alfonso y se vio colocado
en medio de un anillo y la espada trabajó en ellos hasta que cayó la noche.
Se dice
que estaba con sesenta mil entre jinetes y peones y esto sucedió el viernes, 12
de Raŷab del año 477 (se equivoca en el año que es el 479) {23 de octubre de
1086}. No se salvó Alfonso sino con trece jinetes. Cuando tomó a Toledo el año
478 {1085} se fortaleció su esperanza y decidió atacar a Córdoba, al ver el
sueño del elefante y se atrevió por ello a tener ese encuentro, pero Dios lo
confundió y le hizo perecer con los suyos. La batalla de Zalaca estuvo
repartida entre ambos bandos en cuanto a las pérdidas y enturbiada su claridad
para los musulmanes; pero en cambio, esta batalla de Alarcos fue de fácil éxito
y de general alegría, como la comida del hambriento y la bebida del sediento, e
hizo olvidar todas las victorias anteriores de los musulmanes y quedó en sus
bocas su recuerdo hasta la muerte. Después de esta victoria importante, tomó la
vuelta para Sevilla y el auxilio de Dios brillaba sobre su frente y el triunfo
sonreía a su derecha y a su izquierda. Entró en ella el martes, 27 de Šaʽbān
del año 571 {7 de agosto del 1195}.
Ibn
Abi Zar‘
El gran volumen de manuscritos
del Rawd
al-Qirtas desde finales de la Edad Media ha distorsionado el nombre de
su autor Abū al-Hassan ‘Alī ibn Abī Zar‘ al-Fāsī (أبو الحسن علي بن أبي زرع
الفاسي), así pues otras veces se ha escrito Ibn Abd Allah ibn Abi Zar‘ o se hace referencia a Ibn Muhammad
Ibn Ahmad Ibn Umar Ibn Abi Zar‘.
De la vida de este autor árabe no se conocen datos, salvo que fue alumno en la
ciudad marroquí de Fez, ahora bien, está considerado el autor más influyente en
la historia medieval de Marruecos por las influencias de su conocida obra, el Rawd
al-Qirtas.
El Jardín de las Páginas, Rawd al-Qirtas, hoy en día
es un pequeño compendio de una gran obra de Ibn Abi Zar‘, escrita en
árabe para satisfacer los deseos del sultán benimerín Abū Sa’id ‘Utman ben
Yusuf ben ‘Abd al-Haqq, cuya narración termina en 1326 (año 726 de la Hégira). El nombre completo de la obra es Kitāb al-ānīs
al-muṭrib bi-rawḍ al-qirṭās fī ākhbār mulūk al-maghrab wa tārīkh madīnah Fās (El libro de compañía que entretiene en el jardín
de las páginas de la crónica de los reyes de Marruecos y la historia de la
ciudad de Fez). Este
compendio, dividido en cuatro partes, es una historia continua de al-Magrib
desde la entronización de los Idrisíes (llegada al trono de Idrís I en el 788)
y la fundación de la ciudad de Fez hasta el primer tercio del siglo XIV
(meriníes en el 1326). Ha sido una de las primeras fuentes árabes más conocida,
consultada y utilizada por los arabistas, pero el ilustre arabista Dozy rechaza
en más de una ocasión algunas de las afirmaciones realizadas por el Rawd
al-Qirtas; y los estudios realizados por A. Huici Miranda le han llevado a
decir que «contiene muchos datos ciertos pero ninguno se puede utilizar sin
contrastar», por tanto «su
valor científico está lejos de igualarse a su popularidad», a pesar de que en Marruecos el Rawd al-Qirtas es considerada la crónica
medieval más conocida y popular de la época de los almorávides y almohades.
La batalla de Alarcos del Rawd al-Qirtas, narrada a finales de la
primera mitad del siglo XIV, es decir, algo más de un siglo después de los
hechos, supone un claro ejemplo de la mitificación de la historia en los textos
árabes marroquíes, como muchas otras batallas de la conquista de Al-Andalus. No
debe extrañarnos en los textos de la época la interpretación de la victoria o
la derrota en términos providcncialistas ya que era algo común; así en el Rawd al-Qirtas la premonición de la
victoria le viene dada a al-Mansūr en
sueños por un jinete que desciende del cielo en blanco corcel, y el
texto cristiano de la Primera Crónica
General culpa de la derrota a Alfonso VIII por sus antiguos amores con la
judía Raquel de Toledo. En el texto también destaca las exageradas cifras
atribuidas a las tropas enemigas «300.000 entre infantes y jinetes», en este caso por desconocimiento de los
efectivos enemigos o para engrandecer la victoria de Abū
Yusūf Ya ̉qub al-Mansūr. Uno de los errores del Rawd al-Qirtas está en la toma del
castillo de Alarcos (todavía en construcción) cuya toma musulmana después del
encuentro armado no fue por asalto sino por capitulación de los cristianos al
mando del alférez real Diego López de Haro que salieron libres, entregando como
trueque a todos los cautivos musulmanes.
En el Rawd al-Qirtas, a pesar de la mitificación, se exponen la presencia
de los alfaquíes para estimular y animar el sentimiento religioso entre los
musulmanes, la presencia de los jefes almohades como estado mayor del ejército musulmán,
el uso de las tradicionales armas medievales (espada y lanza), así como el
grandísimo peso de la caballería musulmana en la batalla, y se deduce, por
ejemplo, la escasa población en las regiones fronterizas de Al-Andalus y en
particular de Castilla-La Mancha, como también se desprende de las expediciones
posteriores de Abū Yusūf Ya ̉qub al-Mansūr. Dichas expediciones, del mitificado Califa almohade, contra
Castilla después de la batalla de Alarcos, simplificadas en el Rawd al-Qirtas, fueron dos: la primera
en la primavera del año 592 (1196) contra Extremadura y Toledo, y la segunda en
el 593 (1197) contra Toledo, Madrid y Guadalajara.
Texto de la batalla de Alarcos en el Rawd al-Qirtas
El ejército de todas las provincias iba tras él, y los legados acudían
a combatir a los infieles. Cuando llegó a Alcazarseguir comenzó a embarcar las
tropas, y no se embarcaba un cuerpo sin que le siguiese otro mayor; los
primeros en pasar fueron los árabes; luego, los zanatas, masmudíes y gomaras,
los voluntarios de al-Magrib, los agzāz, los asqueros, los almohades y los negros.
Cuando trasbordó todo el ejército y se reunió en la playa de Algeciras, pasó el
Príncipe de los Creyentes con un gran séquito de jeques almohades, de héroes y
jefes, además de los alfaquíes y santos de al-Magrib. Allāh le facilitó el
pasaje y abordó en Algeciras en brevísimo tiempo; fue su llegada, después de la
oración del viernes, el 20 de radjab {30 de junio del 1195}. Se detuvo en los
alrededores de Algeciras sólo un día, y se dirigió contra el enemigo antes de
que se enfriase el ardor de los soldados y se adulterase su buena intención; se
puso en marcha con su numeroso ejército, con sincero y firmísimo propósito.
Antes de que el enemigo se volviese a su país con sus tropas y pertrechos,
le llegó la noticia, repetidas veces confirmada, de que había pasado al-Mansūr el Estrecho, y de que venía
a combatirlo en el sitio más importante. Alfonso se detuvo con su ejército a
esperarlo frente a Alarcos, y el Príncipe de los Creyentes se dirigió contra
él, confiado en el auxilio de Allāh y en su poder. Sin entrar en ninguna ciudad
ni esperar a nadie o hacer caso de quien se quedaba atrás o se detenía,
continuó su marcha contra Alfonso, hasta que sólo distó de Alarcos dos jornadas;
allí acampó el jueves 3 de šaʼbān
del año 591 {13 de julio del 1195}. Apenas llegado reunió a su gente y comenzó
a tomar consejo sobre el modo como atacaría al enemigo de Allāh, siguiendo el
mandato divino y la tradición del Profeta, pues esta es la descripción gloriosa
con que describió Allāh, o mejor dicho, honró a este pueblo al decir: "Se consultan
entre sí y, de lo que les hemos concedido, dan"; y por la palabra que dijo
el Profeta: "Consúltalos en los negocios, y cuando te decidas, pon tu
confianza en Allāh, porque Allāh ama a los que confían en Él" {El Corán,
XLII, 36, y III, 153}.
Llamó a consejo; primero, a los jeques almohades; luego, a los árabes,
a los zanatas y a las cabilas, y por fin, a los agzāz y a los voluntarios, y
cada uno daba el consejo que le parecía más oportuno y más útil para los
musulmanes. En último lugar llamó a los caídes de al-Ándalus, y cuando llegaron
a su presencia y se sentaron y le saludaron, les dijo lo mismo que había dicho
a los que les habían precedido, y, luego, agregó: "¡Andaluces!, todos los
que he consultado antes que a vosotros, aunque son los primeros por su valor,
por su pericia en las guerras y por su esfuerzo y poder, no conocen la manera
de guerrear de los cristianos como vosotros, que sois sus vecinos y estáis
habituados a combatirlos y sabéis de sus estratagemas y sus costumbres".
"Príncipe de los Creyentes —le respondieron—, toda nuestra prudencia se
halla reunida en uno de nosotros, a quien hemos elegido por su experiencia, religión,
talento, habilidad y práctica en la guerra y en sus astucias y engaños, no
menos que por su amor a los musulmanes; él será nuestro intérprete, y lo que él
diga es lo que nosotros pensamos, aunque ningún criterio mejor que el vuestro, ni
ningún gobierno más eficaz". Todos señalaron con esto al caíd ilustre Abū ‘Abd Allāh ben Sanādīd. El
Príncipe de los Creyentes lo acercó a sí, le escuchó en todo y, luego, le preguntó
lo que pensaba del modo de combatir y de librar la batalla a aquel enemigo. El caíd
respondió: "¡Oh Príncipe de los Creyentes!, los cristianos son muy astutos
y mañeros en la guerra, y es preciso que los combatamos con sus propias artes;
nuestra opinión sobre el plan de ataque —aunque la tuya está por encima de la
nuestra— es que envíes delante de ti a uno de los jeques almohades más reputado
por su valor, piedad y adhesión a tu causa y a la de los musulmanes, con todas
las tropas andaluzas y todos los árabes, zanatas, agzāz, masmudíes y demás tribus
magribíes, voluntarios y demás de tu ejército, que les confíes tu gloriosa bandera
y hagas que este ejército vaya al encuentro del enemigo, quedándote tú con el
ejército almohade, los negros y la guardia cerca del lugar de la batalla, en un
sitio oculto para auxiliar a los musulmanes. Si vencemos al enemigo será por la
bondad de Allāh, por la intercesión y la felicidad de tu Califato; si sucede lo
contrario, tú, con el ejército almohade, serás un refugio para los fugitivos, y
saliendo al encuentro del enemigo quebrantarás su poder y disiparás su ardor. Este
es mi consejo". "Muy bueno —replicó al-Mansūr—, así Allāh te lo premie por habérnoslo dado".
Se volvió cada uno a su tienda; el Príncipe de los Creyentes pasó la
noche, que fue la del viernes 4 de šaʼbān
{14 de julio del 1196}, sobre su tapiz, orando y pidiendo a Allāh que auxiliase
a los musulmanes contra los infieles. Al punto de amanecer lo venció el sueño y
durmió un poco en el sitio en que hacía la oración; luego, se despertó alegre y
regocijado; llamó a los jefes y alfaquíes almohades y les dijo: "Os he mandado
llamar ahora para daros albricias por lo que se me ha anunciado del auxilio de Allāh.
en sueños, en este momento bendito; porque mientras yo hacía oración, me cerró
el sueño los ojos y vi cómo una puerta, que se abría en el cielo, y de la cual
bajaba un caballero sobre un caballo blanco, muy hermoso y apuesto, con un
estandarte verde desplegado en la mano, que cubría el horizonte. Me saludó y le
dije: ¿Quién eres? Soy —me respondió— un ángel del séptimo cielo, que
he venido de parte del Señor de los mundos a anunciarte la victoria a ti, a los
tuyos y a los guerreros que siguen tus banderas en la guerra santa, deseosos de
conseguir las divinas recompensas. Luego, me recitó estos versos, que
guardé en la memoria, y me desperté como si me los hubiese grabado en el
corazón:
Las
nuevas del auxilio divino te vienen rápidas,
para
que sepas que Allāh auxilia
a
los que confían en Él.
Regocíjate
con la ayuda de Allāh y con la victoria
que
está cercana,
pues
los caballeros de Allāh, sin duda, vencerán.
Extermina
al ejército cristiano con la espada
y
con la lanza
y
devasta su país, para que no vuelva a ser habitado.
Así que estoy cierto de la victoria, si quiere Allāh".
El sábado 5 de šaʼbān {15
de julio del 1196} ocupó el Príncipe de los Creyentes su tienda roja, preparada
para el combate, y llamó al noble jeque Abū
Yahyà ben Abī Hafs, su primer ministro —los Banū Hafs eran una familia almohade, muy noble y piadosa, a cuyos
descendientes pasó el poder de los almohades en el Este—, y le confió el mando
de las tropas andaluzas y con ellas las de los árabes, zanatas, voluntarios y
demás cabilas de al-Magrib. Le confió su victoriosa enseña y lo envió delante
de sí; se desplegó sobre su cabeza la bandera, redobló el tambor y se puso al
frente de la cabila de Hintata. Al caíd Ibn Sanādīd le dio el mando de los
andaluces; a Sharmūn ben Riyāh,
el de todas las cabilas árabes; a Mandil el Magrawa, el de las cabilas
magrawas; a Mahiu ben Abī Bakr ben Hamāma ben Muhammad, el de las cabilas benimerines;
a Djābir ben Yūsuf, el de las cabilas ‘abd-al-wadíes; a ‘Abd al-Gawī al-Tudīmī, el de las cabilas
de Tudjīn; el de las cabilas de Haskura y demás cabilas masmudies a Tadjliūn; a Muhammad ben Mungafad, el de las
cabilas de Gomara, y al Hadjdj al-Salih Abū
Muhriz Yuhiaz al-Awrabi, sobre los voluntarios; el mando o dirección de todos
los confió a Abū Yahyà ben Abī
Hars.
Se quedó el Príncipe de los Creyentes con todo el ejército almohade y
con los negros, y dio la orden de marcha. Se puso en la vanguardia el jeque Abū Yahyà con sus tropas, y el caíd Ibn Sanādīd
en primera línea con los jefes, la caballería y los peones andaluces. Avanzaron
de modo que en el sitio de donde descampaban al amanecer las tropas de Abū Yahyà, acampaban al atardecer las
del Príncipe de los creyentes, hasta que se acercó el ejército de Abū Yahyà al campamento de los politeístas,
situado en un colina alta, llena de precipicios y peñascos grandes y extendidos
por la parte llana y por la áspera, frente a la ciudad de Alarcos. El ejército musulmán
acampó en el valle, en la mañana del miércoles 9 de šaʼbān del 591 del 591 {19 de julio del 1195}.
Dispuso Abū Yahyà a sus
soldados en orden de batalla, distribuyó las enseñas entre los jefes de las cabilas,
dando a cada emir una que sirviese para agrupar a su cabila en torno suyo; a
los voluntarios les dio la bandera verde; puso a los andaluces a la derecha; a
los zanata, masmudíes, árabes y demás tribus a la izquierda; colocó a los
voluntarios, a los agzāz y a los arqueros en las avanzadas; y él se quedó en el
centro con la tribu de Hintata. Cuando los soldados ocuparon sus filas para combatir
en ese orden admirable y se agrupó cada cabila en torno de su enseña y se
preparó para la lucha, el emir Djarmūn
ben Riyāh, jefe de los árabes, se puso a recorrer las filas de los musulmanes y
a esforzar los corazones de los combatientes, recitándoles la sura: "¡Oh
vosotros!, los que habéis creído, resistid, esforzaos y temed a Allāh, para que
consigáis el triunfo. ¡Oh vosotros!, los que habéis creído, si auxiliáis a Allāh,
El os auxiliará y consolidará vuestros pasos" {El Corán, III; 200, XLVII,
8}.
Mientras ellos estaban así y el enemigo frente a ellos en lo alto de la
colina, al lado del castillo, se destacó del ejército enemigo un cuerpo de
siete u ocho mil caballeros, todos cubiertos de hierro, de yelmos y de mallas brillantes
superpuestas, y avanzó contra el ejército musulmán. Los pregoneros de Abū Yahyà ben Abī Hafs gritaron:
"¡Compañeros musulmanes!, resistid en vuestras filas, no abandonéis
vuestros puestos, ofreced vuestra intención y vuestras obras a Allāh, y tenedlo
muy presente en vuestros corazones, porque una de dos: o conseguís el martirio
y el paraíso o el mérito y el botín". Entonces el jeque ‘Amir recorrió las filas diciendo:
"¡Siervos de Allāh! vosotros sois
el pueblo de Allāh; resistid
en el combate contra los enemigos de Allāh, porque el pueblo de Allāh será
protegido y vencedor". El escuadrón que avanzaba en masa, bajó hasta casi
tocar las puntas de las lanzas de los musulmanes en los pechos de sus caballos;
luego, retrocedieron un poco, volvieron a la carga dos veces y se prepararon de
nuevo para un tercer ataque.
El caíd Ibn Sanādīd y los jefes árabes clamaban a grito herido:
"Resistid, compañeros musulmanes, que Allāh consolidará vuestros pies en
este choque". Los cristianos avanzaron contra el centro, donde estaba Abū Yahyà, dirigiéndose contra él, por
creer que era el Príncipe de los Creyentes; combatió heroicamente y resistió
con gran constancia hasta alcanzar el martirio con muchos musulmanes de
Hintata, voluntarios y los demás a quienes Allāh había decretado el martirio y
adelantado la bienaventuranza.
Los musulmanes resistieron valientemente; el día se oscureció como la
noche; las cabilas de voluntarios, árabes, agzāz y arqueros avanzaron y
rodearon a los cristianos, que acometían por todas partes; el caíd Ibn Sanādīd atacó
con los andaluces y los que le seguían de las cabilas de Zanata. Masmuda,
Gomara y demás bereberes, la colina en que estaba Alfonso, para combatir a los
soldados cristianos reunidos en ella, que eran más de 300.000 entre infantes y
jinetes; treparon los musulmanes por la colina y trabaron un combate terrible.
La muerte se cebaba en tanto en los cristianos que dieron la primera
acometida; eran unos diez mil valientes elegidos por Alfonso con vana
confianza; los obispos habían hecho sobre ellos las preces cristianas y los
habían rociado con el agua bautismal para purificarlos; juraron por las cruces que
no cejarían hasta no dejar un musulmán con vida. Pero Allāh verificó su promesa
a los musulmanes y dio la victoria a sus soldados. Cuando arreció el estrago
entre los infieles y se persuadieron de su ruina, volvieron las espaldas,
huyendo a la colina en la que estaba Alfonso, para defenderse en ella; pero se
encontraron con que el ejército musulmán que se había interpuesto entre ellos y
la colina, y volvieron sus pasos hacia la llanura. Cayeron de nuevo sobre ellos
los árabes, voluntarios, hintatis, agzāz y arqueros que los arrollaron y
exterminaron, sin dejar uno; con su pérdida se quebrantó la fuerza de Alfonso,
que confiaba en ellos.
Algunos caballos árabes corrieron entonces a toda brida para anunciar
al Príncipe de los Creyentes que Allāh había desbaratado al enemigo. Redoblaron
entonces los tambores, se desplegaron las banderas, resonaron las profesiones
de fe, flotaron los estandartes y avanzaron a combatir a los enemigos de Allāh,
rodeados de héroes y soldados; acometió también el Príncipe de los Creyentes
con su ejército almohade al impío Alfonso para desbaratarlo. Cuando el
cristiano se preparaba para cargar sobre los musulmanes con todas sus fuerzas y
resistirlos con sus soldados, oyó los tambores a su derecha, que conmovían la
tierra, y las trompetas que llenaban montes y valles; levantó la cabeza para
ver lo que era, y vio los estandartes musulmanes que avanzaban con la enseña
blanca de al-Mansūr al frente,
en la que estaba escrito: "No hay más Dios que Allāh; Mahoma es el profeta
de Allāh; no hay vencedor sino Allāh".
Los más valientes musulmanes se habían adelantado y las tropas los
seguían ardorosas, recitando la profesión de fe. Alfonso preguntó:"¿Qué es
eso?". Y se le respondió: "Es, ¡oh maldito!, el Príncipe de los
Creyentes que se acerca, porque hoy no te han combatido más que los adalides y
las avanzadas de su ejército". Allāh sembró el espanto en los corazones de
los infieles y volvieron la espalda, derrotados y maltrechos; la caballería
almohade los persiguió, hiriéndolos de frente y por la espalda, yéndoles al
alcance, cebando en ellos sus lanzas y sus sables, saciando de sangre sus espadas
y haciéndoles gustar las amarguras de la muerte.
Rodearon los musulmanes el castillo de Alarcos, pensando que Alfonso se
había fortificado en él, pero el enemigo de Allāh había entrado por una puerta
y salido por otra; los musulmanes tomaron por asalto el castillo, pegaron fuego
a sus puertas y se apoderaron de todo lo que había en él y en el campamento cristiano,
riquezas, provisiones, armas, pertrechos, acémilas, mujeres y niños. Murieron
en esta guerra tantos miles de infieles, que su número no lo sabe sino Allāh.
En la fortaleza de Alarcos se hizo prisioneros a 20.000 caballeros cristianos,
a quien el Príncipe de los Creyentes perdonó y dio libertad, para dar pruebas
de generosidad, pero todos los almohades sintieron tal proceder y lo
consideraron como una de las debilidades en que incurren los reyes.
Esta noble y celebérrima batalla tuvo lugar el miércoles 2 {léase 9} de
šaʼbān del 591 {19 de julio del 1195}.
Entre la batalla de Alarcos y la de Zalaca mediaron ciento doce años. El nombre
de Alarcos es conocidísimo entre los musulmanes, pues esta expedición fue la mayor
que hicieron los almohades. Al-Mansūr
escribió, anunciando la victoria, a todos los países musulmanes sujetos a su
mando en al-Ándalus, Marruecos e Ifrīqiya, separó el quinto del botín y dividió
el resto entre los combatientes; luego, invadió el país cristiano, arruinando
ciudades, aldeas y castillos, saqueando y cautivando hasta llegar a Djabal
Sulaymān; entonces emprendió la vuelta después de haber llenado las manos de
los musulmanes de botín, sin que un solo cristiano le saliese al paso. Llegó a
Sevilla y emprendió la construcción de la gran mezquita y de su elevado
alminar.